Era blanca como la luna nueva, aunque no lo
supiera rodeada de estrellas brillaba más que todas ellas. Acompañada siempre
de sus hermanos creía saber todo de la vida, para ella no había secretos, pensaba
que podía controlarlo todo. Su barrio se le quedaba pequeño, ella se comería el
mundo.
Un mal día todo daría un vuelco. Algo en su
vida cambiaría para siempre, sus ganas de comerse el mundo se resentirían, los
días se harían largos, las noches eternas. Sus recuerdos y añoranzas le
consumían por horas, su envidiable vitalidad iba desapareciendo, su único
sustento era él. Aquel chico la tenía enamorada, puro amor juvenil, de ese que
desde la más inocente ignorancia crees que será para siempre. Pasando por la
peor racha que quizás ella sufrirá, él no estuvo a la altura y así, a primeras
de cambio, se fue de su vida, dejándola hundida. Hundida en un pozo sin su
escalera para salir poco a poco, peldaño a peldaño.
Era ahora como esa luna que está menguante,
cada vez se sentía más chiquita, más pequeña ante el mundo, más sola en la
oscuridad de la noche. Apenas quedaba rastro de su fuerza y coraje, de sus
ganas de vivir y su encantadora sonrisa. Solo ella podría escapar de aquel pozo,
solo ella podría resurgir de sus propias cenizas. Todo estaba en ella. Debía guardar
las pocas lágrimas que le quedaban para cuando le tocara llorar de felicidad.
Sacó fuerzas de dónde no las había. Tiró de su personalidad, de su forma de
afrontar el devenir, de su antigua ambición, de sus ganas de arrasar con la
vida. Nació de nuevo, ahora era…
Era como la luna creciente, le tocaba crecer de
nuevo, aunque lo haría pasito a pasito, con pies de plomo. Ya no tenía esa fe
ciega en nadie, no creía en el amor. No se veía corriendo con los ojos vendados
como antaño, le tocaba observar con esmero lo que a ella rodeaba, aprender que
la vida no es fácil, que te da palos cuando menos te los esperas, que un día
puedes estar arriba y que al siguiente segundo puedes vivir en el barro. Que si
hoy te caes, mañana te tendrás que levantar, y que cuanto más te caes, más te
costará ponerte en pie, así que mejor ir pisando sobre seguro. Con todo esto
ella iba tejiéndose una coraza, un escudo para protegerse de todos y de todo.
Eso acabaría por alejarla de lo que un día fue. Pero aunque ella no lo quería
ver aún se mantenía viva esa llama en su interior, esa llama era sus sueños,
sus esperanzas, sus ganas de volver a creer. De volver a creer en ella, en la
vida, en el amor.
Y él, la veía. Veía esa llama viva en el
interior de ella, la veía a través de sus ojos, la veía reflejada en su pelo
rojo. Podría hacerse la dura, negar ser como realmente era, podría protegerse
tras su coraza o tras sus palabras, pero él sabía todo lo que ella quería
esconder. Sabía incluso lo que ella, quizás, no recordaba de sí misma. Sabía
que esa llama sólo necesitaba ser alimentada con miradas profundas, palabras
verdaderas y sonrisas sinceras. Él consiguió que terminara de crecer, y lo hizo
enseñándola a desaprender. Poco después ella era…
Era como la luna llena. Llena de vida, de
ganas, de amor, de fe.
Alberto Ortiz
19/05/2014