Podría escribir una historia de amor a cada pareja que vea a
mí alrededor.
Aquella que pasean juntos al perro; o a esa otra que pasean
con las manos metidas en el pantalón del otro; o a aquella de ancianos que
pasean agarrados de la mano; incluso a esa en la que el hombre camina 2 metros
por delante de la mujer; o aquella en la que el hombre hace de pechero mientras
su mujer compra de forma compulsiva; o esta otra que vienen al fútbol juntos
todos los domingos; siempre podré escribir las historias de mis padres, mis
tíos o la de mis abuelos con esa cantidad de anécdotas que me han ido contando
año tras año.
También podría describir esa otra relación en la que ella es
2 veces más “grande” que él y siempre se ven en el mismo banco; o esa otra en
la que ella es un bellezón y él un simple gordito con la cara bañada en acné; y
porqué no esa multitud de parejas que cada año vienen nuevos al piso de en
frente y acaban rompiendo… lo conocemos como el piso maldito.
Las parejas que empiezan; las jóvenes; aquellas que con una
mirada se dicen todo; esas otras que se ven que están empezando, como ese chico
que no sabe si echarle el brazo sobre los hombros o agarrarla por la cintura y
al final acaba metiéndose las manos en sus bolsillos; esas otras que aún no son
parejas, y que en la mirada de ambos se ve un tremendo sentimiento mutuo y que
sin embargo por timidez o llamémoslo “X” no acaban saliendo juntos; o esa otra
en la que uno de los dos le dobla en edad al otro… el amor no tiene edad.
En definitiva podría
escribir mil historias distintas de cómo, cuándo y porqué comenzó una relación
de amor a cualquier pareja de individuos que pasean a mí alrededor, a todas
menos a una, que aún sigue sin ser escrita, la nuestra.
Alberto Ortiz García